La investigadora Liliana Alfaro restauró las miles de imágenes de prostitutas que conforman un valioso y raro registro de los controles establecidos por las autoridades decimonónicas.
Durante la época del emperador Maximiliano de Habsburgo (1863- 1867), la sífilis era un problema de salud pública que se propagaba fuera de control. Como medida sanitaria, en distintas ciudades del imperio se registraba a las prostitutas y se les otorgaba un carnet con el cual se les presionaba para realizarse semanalmente revisiones médicas.
En la actualidad sólo se conservan dos de aquellos registros decimonónicos de prostitutas realizados en técnica de albúminas. Sobre uno de esos documentos, la conservadora Liliana Alfaro elaboró su tesis de licenciatura para la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Alfaro no sabe cómo este registro conformado por 1062 imágenes llegó a los anaqueles de la Biblioteca Lerdo de Tejada, pero aún puede leerse en el lomo Colección de prostitutas del C. Gobernador Juan José Baz, 1868, ejemplar elaborado ya durante el gobierno de Benito Juárez.
Las investigaciones de Alfaro determinaron que este el antecedente de este álbum data de 1865, cuando se realizó por órdenes de Maximiliano, “que se encuentra en el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, en Cuernavaca. Esta técnica de fotografía decimonónica sólo la poseen estos dos álbumes; otros se continuaron haciendo hasta los años 30 del siglo XX, pero no perduran muchos de ellos”.
En 1862, averiguó Alfaro, aparece el primer reglamento de prostitución en México, “pero cuando llega Maximiliano se incluye el registro fotográfico de las mujeres y la creación de la inspección de sanidad”.
En el álbum, la especialista pudo identificar que había dos estudios fotográficos, uno realizado por el fotógrafo Joaquín Díaz González, “quien hizo 54 por ciento de retratos de identificación. Al principio fue más flexible, ya que las tomó de la cintura hacia arriba con poses discretas y sencillas; conforme fue avanzando terminó con sólo identificar los rostros”.
La segunda parte, dice la restauradora, la realizó “un fotógrafo no identificado; quien las retrató en un pedestal o en un silla, donde ellas modelan. Él tiene una composición más libre, se pueden ver en las imágenes, hojas, manteles y elementos que favorecen la postura de las retratadas”.
Para su tesis de licenciatura en la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, Liliana Alfaro aplicó técnicas instrumentales, como la de fluorescencia de rayos X, con la que realizó “un análisis de 25 albúminas de Díaz González, que son de manufactura muy buena y 25 del otro autor, para deducir sin lugar a dudas que fueron impresas en dos estudios diferentes, el segundo no tuvo un buen procesado químico y sus fotografías son más inestables, amarillas, desvanecidas y están manchadas”.
Presos en imágenes
Sobre el fotógrafo Joaquín Díaz González, la investigadora indagó que es considerado como “el primer daguerrotipista mexicano. En 1844 abrió su estudio en el número 9 de la calle de Santo Domingo, en la Ciudad de México. Fue también el fotógrafo oficial de presos de cárceles de la ciudad, pues en la época se acostumbraba realizar álbumes sobre los sectores más vulnerables de la sociedad.
Cada fotografía va acompañada por el número de registro y el nombre de la mujer “hay tres fotos que fueron arrancadas, una recortada; no hay más datos de documentación. En el álbum de 1865, hay otros detalles como la edad y la clase, dato que alude al tipo de prostituta y de clientes”.
La investigadora encontró, además, algunas “inscripciones obscenas y de mal gusto debajo de algunas imágenes, frases como: ‘Se la cenó el joven Patiño en el hospital’. Podría decirse que son alteraciones de época, pues la letra es muy similar a la usada para escribir los nombres de las prostitutas, pero es muy difícil afirmarlo”.