Pese a que las filias taurinas en el Ayuntamiento de Barcelona son más bien escasas, acaso clandestinas, la Casa Gran parece haber escuchado esta semana la sentencia que se le atribuye a uno de los grandes matadores del arranque del siglo XX: Rafael Gómez Ortega, el Gallo. Este diestro sevillano, hermano del gran Joselito, cuñado de Ignacio Sánchez Mejías, lunático y artista, se le ocurrió un día aseverar que «lo que no puede ser, no puede ser. Y además, es imposible», quintaesencia del triunfo del sentido común por encima de las veleidades de absurdos soñadores que quizás esperan ver la aurora boreal emergiendo por un rincón del salón de su casa.
El Ayuntamiento de Barcelona decidió esta semana dar marcha atrás a una normativa sin puntos de apoyo. Se ha levantado la obligatoriedad que pesaba sobre los clubs de alterne ya existentes en la ciudad de establecer una distancia de seguridad de 200 metros entre dichos locales y otro tipo de establecimientos o equipamientos. El fin era loable pero hacer cumplir esa normativa a rajatabla hubiese supuesto el cierre de la gran mayoría de esos locales y el alumbramiento de un problema aún mayor. Lo explicó con claridad el teniente de alcalde Ramón García Bragado. El objetivo no es una cruzada contra los locales de alterne sino evitar que la prostitución tome el espacio público, tal y como recoge la esencia de la ordenanza municipal. Pensar que por presionar hasta la extenuación a los bares con prostitutas se va a erradicar el comercio sexual en la ciudad es tan iluso como imaginar que en la calle todo el mundo es bueno. En esta ocasión, el equipo de gobierno le ha echado sentido común a una decisión que no era fácil. Hubo un error al generar una norma que era imposible de cumplir y ahora se ha tenido que reparar. El verdadero talón de Aquiles de la ciudad en materia de prostitución no está en los locales que pagan impuestos sino en los pisos ilegales que se convierten en alocados prostíbulos que zarandean las meninges de los vecinos de finca, o en el creciente y bochornoso espectáculo de la prostitución callejera, con muchachas venidas de mil y un lugares con su cuerpo en la calle pero su libertad escondida bajo llave por cualquier extorsionador. Hay que centrar la capacidad de fuego y eso se espera ahora del Ayuntamiento. Normas, las necesarias, pero las que existen que se puedan hacer cumplir.
Queremos ver en la calle a esas mujeres que pisan fuerte, que caminan con un sonido de tacones que no esconde ni miedos ni complejos. Mujeres libres, en definitiva. En cambio, si a base de realismo normativo podemos luchar contra esa otra imagen de la mujer dando tumbos por las aceras habremos conseguido una ciudad mejor, menos ilusa pero más satisfactoria. Y si alguien tiene dudas por las críticas que pueda suscitar la medida, que recurra de nuevo a El Gallo: «las broncas se las lleva el viento, las cornadas se las queda uno».
Fuente: http://www.lavanguardia.es/ciudadanos/noticias/20081228/53606909848/prostitucion.html